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No hay mal que por bien no venga (2da. y última nota)

En la anterior columna con este título, hacíamos referencia a experiencias que se deben extraer del desastre ecológico de Corrientes. Y nos referíamos concretamente, luego de aludir a la necesidad de estar preparados en forma frente a acontecimientos de este tipo, a la importancia que tiene incluir en esa preparación, con el objeto de enfrentarlos, una estructura material y humana imprescindible. Es decir, educar a la población de manera de conseguir no solo prevenirlos sino también evitarlos.

A renglón seguido, hacíamos referencia a que esta triste experiencia debería servir para una “revalorización de los humedales”, cuya importancia sino su propia existencia, pasa desapercibida para grandes segmentos de nuestra población.

Ello nos llevó a aludir a la existencia del “humedal de El Palmar Yatay” en nuestra zona. Entre tanto en la consulta de textos que se ocupan del mismo queda establecido que cuenta con una superficie de 21. 450 hectáreas. El Parque Nacional El Palmar y la reserva privada de Vida Silvestre La Aurora del Palmar se encuentran dentro del sitio, que, por estar ubicado en el límite entre las eco-regiones de La Pampa y El Espinal tiene las características de ambas zonas: de la primera, pastizales halófilos, pajonales diversos y pastizales asociados a árboles como el ñandubay; y de la segunda, bosques bajos de especies leñosas xerófilas, sabanas y pastizales destacándose que la palmera yatay se encuentra principalmente en el parque nacional”, mientras que “en el bosque xerófito predomina el ñandubay.

Otras especies típicas son el tala, el molle, y varias cactáceas, enredaderas y plantas epífitas y en los bosques en galería son característicos el sarandí, el ceibo y el sauce”. En lo que respecta a la fauna se indica que entre las aves que se puede en esa humedal avistar se encuentran “el halcón peregrino, junto al cacholote castaño, el ñandú, la urraca de cresta alborotada, el chorlito de collar, y colonias de rayadores y gaviotines” También mamíferos como el zorro de monte, el carpincho, las vizcachas, el guazuncho y el mapache austral, el gato montés sudamericano, el puma jaguarundí y zorros cangrejero y de las pampas. Y reptiles como el lagarto overo y la tortuga pintada”.

En tanto, si hemos puesto tanto esmero en la enumeración de las especies de la flora y de la fauna, cuyos ejemplares existen en ese humedal, es por la circunstancia que en el caso de la mayoría de sus habitantes de la comarca –entre los que nos incluimos- son escasos los que pueden “mencionar el nombre” de la mayoría de ambas especies, y menos aún reconocerlos en el caso que se tenga la oportunidad de encontrarse en su presencia. A su vez, entre los que están en condiciones de enumerar las especies, es consecuencia del aprendizaje libresco que hemos tenido de ellos, fundamentalmente en la escuela primaria, en la que por lo general –ya que ello es absolutamente excepcional- lo que cabe considerar al menos un “somero trabajo de campo”, es decir ver y reconocer esas especies en su hábitat natural.

Por su parte, esa situación permite sacar dos importantes conclusiones. La primera que de mirar la situación con la profundidad que merece, son pocos entre nosotros los que en puridad pueden considerarse como “hijos de la tierra” en la que habitamos, ya que la ignorancia acerca de su flora y su fauna, lleva a tantos de nosotros debamos considerarnos como “meros ocupantes” de este territorio; ya que el desconocimiento apuntado lleva a que no lo podamos considerar totalmente como nuestro. A lo que se le agrega una circunstancia más, cuál es que a lo que no se conoce de verdad, no se lo puede ni valorar, ni como consecuencia de ello respetarlo o mirarlo con afecto. Lo cual viene a decir que existe una grave falencia en nuestra educación, que las agrupaciones ambientalistas deberían ser las primeras en instar y ayudar a suplir esa falencia.

Fuente: elentrerios