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Interna en el Frente de Todos: intelectuales y artistas ligados al kirchnerismo le respondieron a los «albertistas»

La interna en el Frente de Todos aumenta día tras día y los diferentes sectores emitieron sendos comunicados para defender sus posturas.

Un colectivo de referentes de la cultura, la política y la comunicación, entre otras actividades, ligados al kirchnerismo, emitió este lunes un documento en el que destacó que «la unidad no se mantiene porque se la nombre, se mantiene si continúan activas las políticas que le dieron origen».

Tras dar la «bienvenida» al debate, sostuvieron: «¿Queremos la unidad? Por supuesto que sí. Unidad como concepto estratégico. Para que sea posible, es necesario dotarla de sentido; dejar que aparezca lo que ha estado y sigue estando por fuera de ella: las políticas que le dieron origen; la memoria histórica que la habilita».

«Hay unidad porque hay otra cosa que justifica que la unidad exista. Esa otra cosa son las políticas que la estructuraron», afirma el texto que señala que «las crisis suelen resolverse con la apelación a lo obvio: la unidad política requiere de permanente debate político. Ello es lo que falta y a eso convocamos».

También se hace referencia a que «un grupo de compañeros y compañeras proponen, en un reciente documento, una discusión en la que el gobierno del Frente de Todos parece no tener ni origen ni sujeto. Por un lado, la palabra unidad flota en un vacío autosuficiente, como si no hubiera sido consecuencia de acuerdos entre diversos sectores políticos. Por el otro, el sujeto al que debieran dirigirse las políticas públicas -la base electoral del Frente de Todos- es apenas nombrado en un par de párrafos rápidos. Ni la memoria colectiva, ni el pueblo trabajador, ni la base social del Frente de Todos son protagonistas».

 

Respecto del pronunciamiento referido también advierten que aquel «grupo de compañeros y compañeras proponen ir despacio pero terminan inmóviles. Pretenden hablar suave pero se vuelven inaudibles. Todo lo que se presenta moderado termina siendo débil y sin capacidad transformadora. Es necesario recordarlo: los gobiernos no se evalúan por sus intenciones, sino por sus realizaciones».

«El problema del documento con el cual estamos dialogando, a nuestro juicio -dice el texto conocido hoy-, es que, en sus páginas, no resulta nítido ni el origen de la unidad ni el sujeto destinatario de sus políticas. En ese sentido, la ausencia absoluta del nombre «Macri» es muy elocuente.»

Los firmantes subrayan entonces en un tramo de su documento que «las crisis se superan muchas veces con redundancia: las diferencias políticas se resuelven con más política. A eso convocamos a los compañeros y compañeras que, lo sabemos, están plenamente comprometidos con la ampliación de la discusión pública».

Entre varias decenas de firmantes suscriben el documento difundido hoy Teresa Parodi, Eduardo Basualdo, Liliana Herrero, Roberto Salvarezza, Adrián Paenza, Cynthia García, Alberto Kornblihtt, Rita Cortese, Noe Jitrik, Andrea Varela, Victoria Onetto, Carlos Rozanski, Araceli Bellota, Rubén Dri, Artemio López, María Pía López, Daniel Tognetti, Roberto Caballero, Alejandro Kaufman, María Sondereguer, «Mempo» Giardinelli, Marcelo Figueras, Telma Luzzani, Andrés Asiain, Cynthia Ottaviano, Eduardo Rinesi, Jorge Elbaum y María Seoane.

Con un documento titulado «La unidad del campo popular en tiempos difíciles», referentes de la cultura, la política y la comunicación ligados al albertismo remarcaron el viernes pasado la importancia de mantener unido el bloque del Frente de Todos para evitar el retorno del neoliberalismo a la Argentina y la región.

Texto completo del documento «La unidad del campo popular en tiempos difíciles»

«Una pregunta nos convoca y nos exige encontrar las respuestas imprescindibles: ¿Cuál es la mejor estrategia para enfrentar en la etapa actual a las fuerzas de la derecha, la ultraderecha y el neoliberalismo que se muestran activas y con una fuerte capacidad de interpelación social? En el amplio espectro progresista, del campo popular y de las izquierdas, este debate está a la orden del día en varios países como consecuencia, entre otros factores, del impacto de los dos años de pandemia y, ahora, de lo que significa la guerra que lanza hacia un territorio de incertidumbre la vida colectiva en la geografía planetaria. A partir de la «oleada» de 2015 y 2016 que produjo el golpe contra Dilma, el triunfo de Trump, el ascenso de la derecha en Gran Bretaña y la derrota electoral en Argentina, se ha iniciado un ciclo marcado por la inestabilidad global, por triunfos y derrotas de ambos proyectos antagónicos y por una enorme dificultad de generar sustentabilidad a todos los proyectos políticos.

Estamos en una época donde toda estabilidad se vuelve precaria y provisoria. Su figura dominante y excluyente es la del «cisne negro». En el inicio de aquel ascenso de la derecha hubo quienes postularon que sólo con una radicalización equivalente el campo popular podía volver a construir mayorías. Sin embargo, hasta ahora ningún proyecto de esas características pudo triunfar ni en Europa ni en América Latina. Más bien, los triunfos electorales y otros posibles triunfos populares en otros países están inexorablemente marcados por la construcción de la unidad más amplia posible.

Ahora bien, esa unidad plantea tensiones, porque no salda el debate, sino que hace que se despliegue en un nuevo marco: ya sea como proyecto electoral o como gobierno. Con la pandemia, los avances electorales de la ultraderecha y el debilitamiento de la integración regional en América del Sur, no se encuentran experiencias nacionales de radicalización política comparables a algunos casos de las primeras décadas del siglo. Siempre es necesario saber leer los signos de cada momento histórico, no como un ejercicio de resignación o de posibilismo, sino como forma de desplegar acciones que logren sostener y hacer avanzar a los proyectos populares.

Salvo el caso de Chile desde 2019, tampoco hay fenómenos de movilización social y política comparables a lo sucedido en aquellos años en Venezuela, Bolivia, Ecuador o Argentina. Y el gran triunfo de Boric requirió del apoyo de una amplísima coalición.

Todas esas dificultades se agravan porque en varios casos la unidad vive procesos de tensión y podría terminar en un proceso de alta fragmentación. Donde eso ocurra -y esta es nuestra principal preocupación, aquello que motiva este escrito- habrá un camino expedito para el retorno del neoliberalismo, seguramente en una versión acentuada y con mayor potencia destructiva, más allá de las formas que asuman coyunturalmente las candidaturas. En un momento de alto cansancio y desgaste social por crisis profundas, la política transformadora necesita evitar que esos debates aparezcan como desconectados de ese malestar.

Es decir, el campo nacional y popular necesita abrir un debate amplio y franco acerca de la sostenibilidad del proyecto político. La política consiste en crear posibilidades y en diseñar nuevos caminos. Sin embargo, esa creación surge de las vivencias y las movilizaciones de la sociedad. Las ideas y la voluntad no sólo deben encontrarse con las demandas sociales. Es la sociedad, con sus creencias, sus organizaciones, sus disputas culturales, la que establece posibilidades y límites de esos procesos, tanto en términos económicos como políticos. Los pueblos no son entidades metafísicas. Constituyen experiencias históricas concretas, hechas con personas de carne y hueso, que sufren el impacto de los dispositivos de la dominación, las enormes dificultades de un tiempo de incertidumbres y precariedad. Los «otros» también juegan y lo hacen con una mezcla de astucia, poder de fuego inmenso y capacidad de construir sentido común.

El hecho de que las experiencias populares anteriores sean tan cercanas en el tiempo tiene un papel doble. Por un lado, permite la existencia de una memoria social, al menos en un sector relevante. Por otro lado, puede provocar la ilusión de que sería deseable y posible regresar a aquellos momentos, cuando en política no existe forma de regresar. La memoria de lo vivido, sus enseñanzas, son un activo en nuestra tradición política. No pueden ni deben convertirse en formas ejemplares y absolutas como si entre ellas y nosotros nada hubiera sucedido. Hace pocos años se vivieron momentos épicos y hoy no hay una situación épica. Por eso, aquí y ahora, hay una situación que conviene comprender mejor, incluso para detectar errores tácticos y técnicos.

Cuando miramos la historia, muchas veces nos preguntamos si ante disyuntivas históricas, todos los actores tenían plena conciencia de lo que se encontraba en juego. Si hubieran apostado de la misma manera a un cambio de raíz de haber sabido cómo se desenvolvieron finalmente los sucesos históricos. Y aquí las opiniones siempre estuvieron divididas. Ha habido quienes creen que se trata de plantar banderas con la voluntad, aunque eso derive en enormes derrotas, creyendo que así se construirá en otra etapa una victoria. Ha habido quienes prefieren amoldar la estrategia para construir cambios más paulatinos y han sido criticados por realistas o posibilistas. Y por último ha habido quienes en nombre de la resignación se han plegado en cada situación a los vientos que corrían.

Creemos que hay que asumir los riesgos concretos que nuestras sociedades desiguales tienen en la situación actual. En términos globales, hay que dar pasos firmes y concretos sabiendo que vendrá más adelante una nueva oleada, más profunda si somos capaces de no desperdiciar lo que ahora estamos sosteniendo, con grandes dificultades. Pero si esa oleada dependiera sólo de la voluntad este debate no tendría sentido. Esperar a tiempos mejores incluso tomando el riesgo de grandes derrotas no puede ser hecho sin asumir el propio lugar en las consecuencias calamitosas sobre la vida de las trabajadoras y trabajadores, de las consecuencias desastrosas (incluso de pocos años neoliberales) sobre generaciones.

La etapa marca la necesidad de ampliar la imaginación política y desplegar un programa de reformas sociales que en cada país pueda acompañar las dinámicas de las propias sociedades. El optimismo de la voluntad es clave para construir hegemonía, para que una multiplicidad de demandas pueda articularse en un gobierno popular. La construcción de mayorías y de sentido común requiere de una estrategia compleja, donde la propia diversidad es un potencial enorme.

Unidad para defender la democracia y los derechos humanos. Unidad para repudiar la persecución política contra líderes populares y, ahora mismo, contra la violencia inusitada contra nuestra vicepresidenta en el Congreso. Unidad para construir la transformación material progresiva sobre la cual se despliegue el día a día de los trabajadores y sus familias. Unidad para fortalecer a nuestro gobierno y a nuestro Presidente.

Cuando la unidad entra en riesgo, el resultado es incalculable. Frente al odio, templanza. Ante las minorías excluyentes, construcción de mayorías. Ante los propios deseos, intenso diálogo con los sectores populares. Ante los propios errores, reparación. Nadie es dueño, como le gustaba decir a Néstor Kirchner, de la verdad absoluta. En la diversidad, en las discrepancias, en los acuerdos, en «las verdades relativas» y en la voluntad de tensionar creativamente la unidad está nuestra fuerza allí donde compartimos un ideal emancipador común.

Estamos atravesando una etapa de triunfos y derrotas, de avances y retrocesos. Hay que asumir los ritmos de una realidad veloz y cambiante y trabajar para crear otras posibilidades. Si se preservan identidades para otra etapa quizás se encuentren con un futuro catastrófico que hoy no es fácil imaginar pero que acecha en el horizonte si nos resignamos a descuidar lo que hoy tenemos. El deber de la hora es sostener los proyectos progresistas y populares, fortalecer a esos gobiernos contra las arremetidas de las derechas, crear ámbitos para que la diversidad pueda desplegarse y tener siempre muy claro dónde está la contradicción principal.

Hay decisiones que un dirigente debe tomar porque son necesarias para el país y el bienestar de la población, aunque a veces pueden no ser convenientes para su capital político o su futuro electoral. La historia está repleta de ejemplos.

La moderación no es buena o mala en sí misma. Quizás en países híper estables la moderación puede ser hasta una identidad. En América Latina no. Es una opción táctica en una etapa específica. Hay momentos en la historia en los cuales la moderación puede ser transformadora y la radicalización impotente.

En otras condiciones objetivas, en cambio, intensificar las acciones transformadoras es la clave de un proyecto popular. Seamos capaces, todos y todas los que nos sentimos parte del frente nacido en 2019 gracias a una decisión histórica, de seguir inventando una política que nos pueda conducir a la construcción de un país más justo».

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